Vivir para contarla (Living to Tell the Tale)

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Author: Gabriel García Márquez

ISBN-10: 1400034531

ISBN-13: 9781400034536

Category: Latin American & Caribbean Literary Biography

Vivir para contarla is the extraordinary story of Gabriel Garcia Marquez’s early life. It is a recreation of his formative years, from his birth in Colombia in 1927, through his evocative childhood to the time he became a journalist. The Nobel laureate offers us the memory of his childhood and adolescence, the years that shaped his creative imagination, and, with time, would become the basis of the fiction that makes up much of twentieth-century literature in Spanish and indeed the world.\ In...

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Pocos libros han despertado tanta expectativa en todo el mundo como la autobiografía de Gabriel García Márquez, autor de Cien años de soledad y ganador del Premio Nobel de Literatura. En sus memorias, García Márquez nos habla de su infancia y primera juventud en Colombia, ofreciéndonos una crónica de los años que modelaron su imaginación y que, andando el tiempo, cristalizarían en algunos de los relatos y novelas más importantes del siglo XX. En sus páginas el lector se encontrará con episodios como el conmovedor retrato de sus abuelos, con quienes se crió en su aldea natal de Aracataca, o la descripción del asesinato de un candidato presidencial en Bogotá, del que fue testigo ocular. García Márquez da cuenta de las gentes, los lugares y los sucesos que le sirvieron de acicate como periodista y narrador. Desbordante de humor y sabiduría, el autor se adentra por igual en los misterios de la escritura y de la vida, brindándonos un relato apasionante de la búsqueda de sus orígenes que despierta ecos de los mejores momentos de la prosa de su ficción. Además de un escrito de extraordinario mérito literario, Vivir para contarla constituye una guía indispensable para entender el resto de su obra. The Washington Post [The book] is not at all the autumnal rumination that might reasonably be expected from one who is in his mid-seventies and has been seriously ill with lymphatic cancer for some years, but a bold, high-spirited, self-mocking, powerfully evocative and deeply revealing return visit to the author's youth and the raw material out of which his fiction emerged. As an account of the making of a novelist, it ranks with Eudora Welty's One Writer's Beginnings, but it is a vastly more ambitious work than Welty's perfect miniature; not merely is it incredibly deep and rich, at nearly 500 pages it is only the first volume of what is promised to be a three-volume set. — Jonathan Yardley

1\ Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa. Había llegado a Barranquilla esa mañana desde el pueblo distante donde vivía la familia y no tenía la menor idea de cómo encontrarme. Preguntando por aquí y por allá entre los conocidos, le indicaron que me buscara en la librería Mundo o en los cafés vecinos, donde iba dos veces al día a conversar con mis amigos escritores. El que se lo dijo le advirtió: «Vaya con cuidado porque son locos de remate». Llegó a las doce en punto. Se abrió paso con su andar ligero por entre las mesas de libros en exhibición, se me plantó enfrente, mirándome a los ojos con la sonrisa pícara de sus días mejores, y antes que yo pudiera reaccionar, me dijo:\ –Soy tu madre.\ Algo había cambiado en ella que me impidió reconocerla a primera vista. Tenía cuarenta y cinco años. Sumando sus once partos, había pasado casi diez años encinta y por lo menos otros tantos amamantando a sus hijos. Había encanecido por completo antes de tiempo, los ojos se le veían más grandes y atónitos detrás de sus primeros lentes bifocales, y guardaba un luto cerrado y serio por la muerte de su madre, pero conservaba todavía la belleza romana de su retrato de bodas, ahora dignificada por un aura otoñal. Antes de nada, aun antes de abrazarme, me dijo con su estilo ceremonial de costumbre:\ –Vengo a pedirte el favor de que me acompañes a vender la casa.\ No tuvo que decirme cuál, ni dónde, porque para nosotros sólo existía una en el mundo: la vieja casa de los abuelos en Aracataca, donde tuve la buena suerte de nacer y donde no volví a vivir después de los ocho años. Acababa de abandonar la facultad de derecho al cabo de seis semestres, dedicados más que nada a leer lo que me cayera en las manos y recitar de memoria la poesía irrepetible del Siglo de Oro español. Había leído ya, traducidos y en ediciones prestadas, todos los libros que me habrían bastado para aprender la técnica de novelar, y había publicado seis cuentos en suplementos de periódicos, que merecieron el entusiasmo de mis amigos y la atención de algunos críticos. Iba a cumplir veintitrés años el mes siguiente, era ya infractor del servicio militar y veterano de dos blenorragias, y me fumaba cada día, sin premoniciones, sesenta cigarrillos de tabaco bárbaro. Alternaba mis ocios entre Barranquilla y Cartagena de Indias, en la costa caribe de Colombia, sobreviviendo a cuerpo de rey con lo que me pagaban por mis notas diarias en El Heraldo, que era casi menos que nada, y dormía lo mejor acompañado posible donde me sorprendiera la noche. Como si no fuera bastante la incertidumbre sobre mis pretensiones y el caos de mi vida, un grupo de amigos inseparables nos disponíamos a publicar una revista temeraria y sin recursos que Alfonso Fuenmayor planeaba desde hacía tres años. ¿Qué más podía desear?\ Más por escasez que por gusto me anticipé a la moda en veinte años: bigote silvestre, cabellos alborotados, pantalones de vaquero, camisas de flores equívocas y sandalias de peregrino. En la oscuridad de un cine, y sin saber que yo estaba cerca, una amiga de entonces le dijo a alguien: «El pobre Gabito es un caso perdido». De modo que cuando mi madre me pidió que fuera con ella a vender la casa no tuve ningún estorbo para decirle que sí. Ella me planteó que no tenía dinero bastante y por orgullo le dije que pagaba mis gastos.\ En el periódico en que trabajaba no era posible resolverlo. Me pagaban tres pesos por nota diaria y cuatro por un editorial cuando faltaba alguno de los editorialistas de planta, pero apenas me alcanzaban. Traté de hacer un préstamo, pero el gerente me recordó que mi deuda original ascendía a más de cincuenta pesos. Esa tarde cometí un abuso del cual ninguno de mis amigos habría sido capaz. A la salida del café Colombia, junto a la librería, me emparejé con don Ramón Vinyes, el viejo maestro y librero catalán, y le pedí prestados diez pesos. Sólo tenía seis.\ Ni mi madre ni yo, por supuesto, hubiéramos podido imaginar siquiera que aquel cándido paseo de sólo dos días iba a ser tan determinante para mí, que la más larga y diligente de las vidas no me alcanzaría para acabar de contarlo. Ahora, con más de setenta y cinco años bien medidos, sé que fue la decisión más importante de cuantas tuve que tomar en mi carrera de escritor. Es decir: en toda mi vida.\ Hasta la adolescencia, la memoria tiene más interés en el futuro que en el pasado, así que mis recuerdos del pueblo no estaban todavía idealizados por la nostalgia. Lo recordaba como era: un lugar bueno para vivir, donde se conocía todo el mundo, a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. Al atardecer, sobre todo en diciembre, cuando pasaban las lluvias y el aire se volvía de diamante, la Sierra Nevada de Santa Marta parecía acercarse con sus picachos blancos hasta las plantaciones de banano de la orilla opuesta. Desde allí se veían los indios arhuacos corriendo en filas de hormiguitas por las cornisas de la sierra, con sus costales de jengibre a cuestas y masticando bolas de coca para entretener a la vida. Los niños teníamos entonces la ilusión de hacer pelotas con las nieves perpetuas y jugar a la guerra en las calles abrasantes. Pues el calor era tan inverosímil, sobre todo durante la siesta, que los adultos se quejaban de él como si fuera una sorpresa de cada día. Desde mi nacimiento oí repetir sin descanso que las vías del ferrocarril y los campamentos de la United Fruit Company fueron construidos de noche, porque de día era imposible agarrar las herramientas recalentadas al sol.\ La única manera de llegar a Aracataca desde Barranquilla era en una destartalada lancha de motor por un caño excavado a brazo de esclavo durante la Colonia, y luego a través de una vasta ciénaga de aguas turbias y desoladas, hasta la misteriosa población de Ciénaga. Allí se tomaba el tren ordinario que había sido en sus orígenes el mejor del país, y en el cual se hacía el trayecto final por las inmensas plantaciones de banano, con muchas paradas ociosas en aldeas polvorientas y ardientes, y estaciones solitarias. Ése fue el camino que mi madre y yo emprendimos a las siete de la noche del sábado 18 de febrero de 1950 –vísperas del carnaval– bajo un aguacero diluvial fuera de tiempo y con treinta y dos pesos en efectivo que nos alcanzarían apenas para regresar si la casa no se vendía en las condiciones previstas.\ Los vientos alisios estaban tan bravos aquella noche, que en el puerto fluvial me costó trabajo convencer a mi madre de que se embarcara. No le faltaba razón. Las lanchas eran imitaciones reducidas de los buques de vapor de Nueva Orleáns, pero con motores de gasolina que le transmitían un temblor de fiebre mala a todo lo que estaba a bordo. Tenían un saloncito con horcones para colgar hamacas en distintos niveles, y escaños de madera donde cada quien se acomodaba a codazos como pudiera con sus equipajes excesivos, bultos de mercancías, huacales de gallinas y hasta cerdos vivos. Tenían unos pocos camarotes sofocantes con dos literas de cuartel, casi siempre ocupados por putitas de mala muerte que prestaban servicios de emergencia durante el viaje. Como a última hora no encontramos ninguno libre, ni llevábamos hamacas, mi madre y yo nos tomamos por asalto dos sillas de hierro del corredor central y allí nos dispusimos a pasar la noche.\ Tal como ella temía, la tormenta vapuleó la temeraria embarcación mientras atravesábamos el río Mag-dalena, que a tan corta distancia de su estuario tiene un temperamento oceánico. Yo había comprado en el puerto una buena provisión de cigarrillos de los más baratos, de tabaco negro y con un papel al que poco le faltaba para ser de estraza, y empecé a fumar a mi manera de entonces, encendiendo uno con la colilla del otro, mientras releía Luz de agosto, de William Faulkner, que era entonces el más fiel de mis demonios tutelares. Mi madre se aferró a su camándula como de un ca-brestante capaz de desencallar un tractor o sostener un avión en el aire, y de acuerdo con su costumbre no pidió nada para ella, sino prosperidad y larga vida para sus once huérfanos. Su plegaria debió llegar a donde debía, porque la lluvia se volvió mansa cuando entramos en el caño y la brisa sopló apenas para espantar a los mosquitos. Mi madre guardó entonces el rosario y durante un largo rato observó en silencio el fragor de la vida que transcurría en torno de nosotros.\ Había nacido en una casa modesta, pero creció en el esplendor efímero de la compañía bananera, del cual le quedó al menos una buena educación de niña rica en el colegio de la Presentación de la Santísima Virgen, en Santa Marta. Durante las vacaciones de Navidad bordaba en bastidor con sus amigas, tocaba el clavicordio en los bazares de caridad y asistía con una tía chaperona a los bailes más depurados de la timorata aristocracia local, pero nadie le había conocido novio alguno cuando se casó contra la voluntad de sus padres con el telegrafista del pueblo. Sus virtudes más notorias desde entonces eran el sentido del humor y la salud de hierro que las insidias de la adversidad no lograrían derrotar en su larga vida. Pero la más sorprendente, y también desde entonces la menos sospechable, era el talento exquisito con que lograba disimular la tremenda fuerza de su carácter: un Leo perfecto. Esto le había permitido establecer un poder matriarcal cuyo dominio alcanzaba hasta los parientes más remotos en los lugares menos pensados, como un sistema planetario que ella manejaba desde su cocina, con voz tenue y sin parpadear apenas, mientras hervía la marmita de los frijoles.\ Viéndola sobrellevar sin inmutarse aquel viaje brutal, yo me preguntaba cómo había podido subordinar tan pronto y con tanto dominio las injusticias de la pobreza. Nada como aquella mala noche para ponerla a prueba. Los mosquitos carniceros, el calor denso y nauseabundo por el fango de los canales que la lancha iba revolviendo a su paso, el trajín de los pasajeros desvelados que no encontraban acomodo dentro del pellejo, todo parecía hecho a propósito para desquiciar la índole mejor templada. Mi madre lo soportaba inmóvil en su silla, mientras las muchachas de alquiler hacían la cosecha de carnaval en los camarotes cercanos, disfrazadas de hombres o de manolas. Una de ellas había entrado y salido del suyo varias veces, siempre con un cliente distinto, y al lado mismo del asiento de mi madre. Yo pensé que ella no la había visto. Pero a la cuarta o quinta vez que entró y salió en menos de una hora, la siguió con una mirada de lástima hasta el final del corredor.\ –Pobres muchachas –suspiró–. Lo que tienen que hacer para vivir es peor que trabajar.

\ The Washington Post[The book] is not at all the autumnal rumination that might reasonably be expected from one who is in his mid-seventies and has been seriously ill with lymphatic cancer for some years, but a bold, high-spirited, self-mocking, powerfully evocative and deeply revealing return visit to the author's youth and the raw material out of which his fiction emerged. As an account of the making of a novelist, it ranks with Eudora Welty's One Writer's Beginnings, but it is a vastly more ambitious work than Welty's perfect miniature; not merely is it incredibly deep and rich, at nearly 500 pages it is only the first volume of what is promised to be a three-volume set. — Jonathan Yardley\ \ \ \ \ Tomás Eloy Martínez --El PaísDe todos los libros admirables que ha escrito, éste es el que nos ofrece el retrato más fiel de García Márquez.\ \ \ The New York TimesLiving to Tell the Tale — a title that conjures memories of Moby- Dick, as well as this Nobel laureate's own nonfiction book The Story of a Shipwrecked Sailor — is the first volume of a planned autobiographical trilogy. But its most powerful sections read like one of his mesmerizing novels, transporting the reader to a Latin America haunted by the ghosts of history and shaped by the exigencies of its daunting geography, by its heat and jungles and febrile light. The book provides as memorable a portrait of a young writer's apprenticeship as the one William Styron gave us in Sophie's Choice, even as it illuminates the alchemy Mr. García Márquez acquired from masters like Faulkner and Joyce and Borges and later used to transform family stories and firsthand experiences into fecund myths of his own. — Michiku Kakutani\ \ \ \ \ The Los Angeles TimesReading this book, one realizes that the key to García Márquez's success -- and the reason we love his literature -- lies in his extraordinary capacity to accept and enjoy life in its multiple dimensions. His talent to blend magic and reality relieves us from the rationalist Cartesian split -- so unhealthy for the spirit -- and presents an alternative, wholesome way to embrace both.—Gioconda Belli\ \ \ \ \ Publishers WeeklySince last October's long-awaited release of this first volume in a trilogy of Garcia Marquez's memoirs, readers in Spain and Latin America have been wondering whether the book is fiction or nonfiction. Can one of the greatest storytellers of the 20th century, winner of the 1982 Nobel for literature, write about his life without confusing reality and fictional adventures? Well, yes and no. At first glance, Garcia Marquez's vivid and detailed portrait of his early life (just released in Spanish in the U.S.) appears to be testament to a photographic memory. Yet as he explains in the epigraph, "Life isn't what one lived, but what one remembers and how one remembers it to tell it." He warns readers that memories are not just fact or fiction, but maybe a mix of both, depending on how one recalls past events. The book begins as Garcia Marquez returns to his hometown of Aracataca with his mother to sell the family's house. The narrative becomes a journey through Colombian history, starting with the writer's childhood in Aracataca and ending in 1957 at age 29, when he traveled abroad for the first time. Snapshot passages about his life as a student and a traveler on Colombia's most important river, the Magdalena, as well as the beginnings of his journalism career, are vividly narrated. Colombia's violent history is always in the background, as Garcia Marquez recalls such historical episodes as the Bananeras massacre, a banana labor strike in 1928 that escalated into the massive slaughter of United Fruit Company workers, and the Bogotazo, a 1948 uprising by the Liberal party that resulted in massive destruction and looting in the country's capital. This first volume reflects Garcia Marquez's experience as both a novelist and a journalist. While his prose is literary, in his imaginative signature style, the historical content is as rigorously researched as journalistic works like his most recent News of a Kidnapping. Readers will also find references to characters and places from the author's classics, including Love in the Time of Cholera, One Hundred Years of Solitude and Chronicle of a Death Foretold. Some may be tempted to use the trilogy as a manual for interpreting the author's oeuvre. But avid readers will find that Garcia Marquez's fictions are instead guides to understanding the first 592 pages of his life; anyone familiar with Macondo, the fantastic town in One Hundred Years of Solitude, will readily appreciate the writer's descriptions of Aracataca, for instance. This memoir is one of the greatest literary adventures to date from this Nobelist. 50,000 first printing. (Dec.) FYI: Knopf will publish the book in an English translation by Edith Grossman in late fall 2003 under the title Living to Tell the Tale. Copyright 2002 Cahners Business Information.\ \ \ \ \ CriticasTwenty years after Garcia Marquez received the Nobel Prize for literature for the acclaimed Cien anos de soledad (One Hundred Years of Solitude, Catedra, 1994), several Spanish-language publishers from Latin America and Spain are releasing the long-awaited first volume of this Colombian author's memoirs. The book, which was said to have been delayed owing to the author's three-year battle with lymphatic cancer, starts with his childhood years in the small town of Aracataca and ends as he publishes his first book and leaves for Europe to become a newspaper correspondent. Readers will learn about his life as a student and traveler up Colombia's most important river, the Magdalena, and about the origins and violent history of Colombia's conflict. Will this book unlock the secrets of what inspired Garcia Marquez to write some of the world's most important contemporary literature? Read more about the connection between the author's life and his literature in the Jan./Feb. issue. [This volume is also available from Norma, Diana, and Sudamericana. Knopf will release a simultaneous English- and Spanish-language edition in fall 2003. \ —Ed.] Copyright 2002 Cahners Business Information.\ \ \ \ \ Library JournalAlready a best seller in its Spanish edition, this work ranges from the Nobel laureate's 1927 birth to his first years as a writer. Copyright 2003 Reed Business Information.\ \